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lunes, 22 de abril de 2013

El Rey Luis



El nombre Luis es de origen germano y es una derivación de Ludovico, significa glorioso guerrero, una cualidad necesaria cuando quieres jugar, más que en otras posiciones, como apoyador central en cualquier equipo de la NFL.
Se necesita tener un espíritu guerrero para trabajar todos los días en la parte central del campo, para tener la mente siempre despierta para buscar una debilidad en el buque enemigo, que a veces parece impenetrable. Ser un capitán siempre representa una responsabilidad extra, pero además serlo cuando no sabes lo que planean los rivales y que tu equipo completo dependa de lo que opines que es correcto, esa es una loza pesada, la cual Ray Lewis viene cargado como nadie desde hace dieciséis años.
Ray creció, se enamoró, maduró, lastimó, aprendió y divirtió en Florida. Aprendió a jugar americano por vocación, se dedicó a las luchas para ganar fuerza, resistencia, inteligencia y habilidad, esto explica que pueda leer tan bien a los rivales, durante años de su vida eso le enseñaron a vencerlos con sus propias técnicas. Aún así era muy pequeño para ser tomado en cuenta… hasta que llegaron ellos, un equipo con nombre inspirado en una obra de Edgar Allan Poe, un equipo despojo de los cafés, un equipo recién fundado. Los Cuervos de Baltimore primero consiguieron un liniero para proteger la ofensiva, pero después se aseguraron de tener a su mariscal de campo elite, uno defensivo que leyera a los contrincantes con maestría, señalando el rumbo que llevaría la franquicia; defensa como estandarte. Primero ahorcamos al enemigo negro, luego los hacemos descender por el M&T Bank y al final emparedar al rival sobre una barrica de tacleadas y violencia insensata.
Ray Lewis se convirtió rápidamente en el estandarte de ese equipo violento, e inquebrantable, demostrando que no se necesita tener la mejor ofensiva ni ser el equipo con más puntos para ser el mejor. A los Cuervos les costó cinco temporadas llegar a la postemporada, pero en cuanto lo hicieron, se acostumbraron a vivir ahí.
En el año 2000 Edgar Allan Poe pudo haber ido a Baltimore y seguramente habría jugado a la ofensiva, su Mariscal de Campo era tan bueno como cualquier Sánchez e incluso peor que algunos García. Sus juego terrestre dependía de un novato, muy bueno, pero novato al final. Los receptores eran el mago Stokley y la boca sucia y manos finas de Shannon Sharpe, además de otros que cobraban por correr los domingos. La virtud de ese equipo fue la defensa capaz de hacer un nuevo record de puntos en contra, sólo les anotaron en promedio 10 puntos por partido, se las arreglaron para vivir cinco partidos sin una anotación ofensiva y salir airosos de dos de ellos. Lo mejor de ese año fue la magnífica postemporada que se aventó la defensa, en una de las actuaciones defensivas más sobresalientes jamás vistas, algo digno de estudio por parte de Legrand.
Su defensa permitió 23 puntos en los cuatro juegos (¡5 puntos por juego, en los playoffs!). Domaron a los Broncos que no metieron ni las pezuñas. Derrumbaron a unos Titanes gracias a un gol de campo bloqueado y a que su Rey salió inspirado esa noche de Enero. Le hicieron maldades al QB de los malosos y con el galope veloz de un ex Bronco de boca sucia llegaron hasta el súper tazón. Ya encarrerados, aplastar a los gigantes en Tampa era pan comido, la defensa humilló a unos gigantes que quedaron pequeños al ver como un cuervo les gritaba Nunca más, Nunca más.
Y después llegó la noche plutoniana para el equipo de Baltimore, dejaron ir a su Mariscal campeón, pero igual fueron dominantes, lo suficiente para vivir por años sin Mariscal, receptores o técnico, sin grandes nombres le dieron batalla a los constantes repiques provenientes de Papá en Pittsburgh. Se mantuvieran en pelea contra fieros, finos, fríos, despiadados y pletóricos Patriotas. No se dejaron maltratar por la maquinaria ofensiva que desde Indianápolis cada año se tragaba a todo rival. Mientras felinos, equinos y demás mamíferos y fuerzas de la naturaleza tenían temporadas sorprendentes con las que llegaban a la postemporada, año tras año los cuervos sobrevolaban los cielos de la americana, el Rey Luis se mantenía como el mejor defensivo sin ninguna discusión. Pero parecía que siempre algo le gritaba Nunca más. Eran dominantes, llegaban siempre a la fiesta grande, pero alguien los mandaba a casa muy temprano. Tal vez la ofensiva si fuera necesaria en este deporte.
Papá Acerero los regresó a casa apenas en su defensa del campeonato. Luego los Titanes se vengaron y les enseñaron que perder en casa duele. La pierna de Vinatieri les quitó la oportunidad de enseñarles a los Potros que Baltimore estaba bien sin ellos. Llegó la época de Flaqueza y los cuervos, ¿Cómo no? Se convirtieron en el equipo que ganaba mucho pero siempre tenía que estar de visita en la fiesta de a de veras, se hicieron dominantes fuera de casa, pero siempre estaba papá Acerero para darles sus nalgadas entre los tres ríos, o sí no ahí estaba el padrastro Peyton para que no se salieran los cuervitos del huacal, a últimas le encargaban al tío Patriota que les diera sus guamazos a los emplumados. Hasta que un día el cuervo negro y maltratado, golpeado y herido, la urraca fea de la que todos se reían regresó con su último aliento para elevarse como el más mortal de los cuervos, siempre de la mano de su propio Rey.
El Rey se sabía cansado y estaba a punto de rendirse, pensó en largarse, pero algo se lo impedía, tal vez el orgullo, tal vez la necesidad de otro anillo que lo engrandeciera, incluso pudo ser el hombre de la silla de ruedas que lo motivó. El caso es que, a lo Beckenbauer, con el brazo medio roto, se aventó a los golpes más duros contra los más duros. El rey mandó un ultimátum a sus súbditos; “O ganamos esta, o ya no ganamos conmigo”, lo dijo entre lágrimas, entre conmoción, entre fuego y sangre, y así fue como los cuervos levantaron el vuelo por la Rue Morgue, en busca no de un asesino, si no de quienes les debían tantas. Y el destino quiso que su venganza fuera perfecta.
Primero le robaron a Papá Acerero el derecho de representar a las tribus del norte en la fiesta de todas las tribus. Luego recibieron al ex equipo de Baltimore, y les enseñaron que nadie los extraña ya. El tercer paso fue el más extravagante e imposible, en un partido increíble e insospechado, con todo en contra, algo en el aire de Denver (y en la cabeza de ese esquinero) quiso que la Revancha de Poe se llevara a cabo, esa vez el héroe no fue el Rey, ni el Flaco, ni si quiera el Gran Hermano, esa noche el héroe fue un caballo tonto que brincó antes y un poco la suerte de que su padrastro Peyton fallara de nuevo. Ya con ese milagro concebido, ganarles a los Terribles tíos Patriotas era cosa de enseñarles el estilo cuervo, sin piedad, sin condescendencia, agresividad en el más puro estado. En esa ocasión la dureza le ganó al talento, el físico le ganó a la mente, la espada rebanó a la pluma y el miedo le ganó a la virtud, Poe hizo lo que quiso con Beecher Stowe y el Cuervo se apoderó de la cabaña del tío Tom.
Ya en la última nota de la venganza no estuvieron esos putos de Pittsburgh, pero sí estuvieron los gambusinos increíbles, el chico maravilla destinado por todo Dios a ser grandes, estaba el Hermano Pequeño. Todo quedaba en familia, La Casa Harbough no sería como la Usher, pero igual alguien caería. Y en ese caso los Cuervos tuvieron suerte, el frío estuvo a nada de sentir como el calor le quitaba la alegría a las lágrimas que sí o sí lloraría al final del juego Ray Lewis. El hombre a quienes los cuervos le dedicaron sus últimos juegos, el chico de oro, el cuervo principal, el único, el magnífico, el guerrero glorioso vistió de gloria otra vez a sus amados emplumados.
Brilló más que el estadio, brilló hasta sin jugar excepcionalmente, brilló como brillan las personas que son capaces de construir una franquicia sobre su espalda, brilló tanto que hizo que sus compañeros brillaran a su lado por dieciséis años, brilló tanto que le regresó la luz a un estadio que quería ver su última proeza, brilló más que los dos lombardas que tienen los cuervos en sus vitrinas, brilló como brillan los reyes, el Rey Luis, El Rey Sol.
Por que cuando alguien piensa en  Cuervos, primero piensa en Poe, luego en Hitchcock y después en Ray Lewis.
Cuando uno piensa en Americano en Baltimore piensa en Unitas, en Berry, en O´Brian y en Ray Lewis.
Pero si uno quiere pensar en el defensivo con más corazón y garra de este siglo que comienza, piensa en Ray Lewis, sólo eso, y nada más.
Como Ray Nadie, ¡Nunca más, Nunca más!

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