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lunes, 3 de diciembre de 2012

Las Hambres del Juego.



-Preparados, cabrones, el jefe nos va a dar todo lo que queramos si sale bien – dice “El Capi” mientras yo veo hacia afuera por la ventana del auto rojo de mi camarada, la ciudad de los palacios se alza ante mí como una metrópoli inmensa en la que todas las personas viven en un mundo paralelo, caminan sin ver a nadie, apurados, ensimismados en sus propias ideas y lo que ellos consideran el conocimiento, deleznable. Nadie sospecha de un inocente automóvil de cuatro puertas, atorado en el tráfico a veces, corriendo a más de ochenta cuando da la avenida, sólo somos un punto rojo moviéndose en un mapa lleno de colores, somos una hormiga pequeña en un jardín.
Pasamos frente a la cancha de futbol Valentín Gómez Farías, un llano lleno de polvo, con gradas con capacidad para doscientos espectadores, pedazos de pasto incrustados más por la fuerza que por que ahí quisiera algo verde existir, dos porterías sin red, y un par de balones ponchados, para recordar que las ilusiones se ponchan, y se ponchan muy fácil. Yo así comencé mi historia, la serie de circunstancias que me pusieron este día, en este carro, con estas cuatro personas.

En mi casa éramos tan pobres que no podíamos ni dar las gracias, yo y mis tres hermanos tuvimos que trabajar desde los diez años para solventar los gastos que le causábamos a nuestros padres. Yo vendí chicles en un crucero transitado, también limpié vidrios y hasta la hice de payaso, con todo y mis nalgotas. Acabé la primaria y me metí a la fábrica de loza de mi madre, ahí cargaba cosas, llevaba mensajes y conocí a mi amigo el balón, un regalo del tío Lalo que no pude usar por que no había con quien, las calles eran muy inseguras y corría la leyenda de un hombre con costal que se llevaba a los niños malos en bolsas para nunca regresarlos. Pero en la fábrica me permitieron jugar, jugaba con niños y adultos más grandes que yo, pero yo aguantaba los madrazos como todo un hombrecito. Cada vez que alguien me pateaba, yo me levantaba de inmediato y seguía corriendo, aprendieron que patearme no servía de nada, por que nunca mostraba dolor, sólo un dejo de rencor que me obligaba a humillar a mi agresor. Me gané su respeto y admiración, tanto así que, al cabo de dos años, el jefe de la fábrica, El Señor Villalpando, me recomendó con sus amigos para que hiciera pruebas en un equipo profesional.
La cancha en la que me probé con otros tantos muchachos era igual a la Valentín Gómez Farías, ahí corrí, volé, finté y disparé como pocos, siempre recargado de lado derecho para hacer diagonales y meter asistencias, o disparar a puerta con un zurdazo tremendo, un extremo hecho y derecho. Los entrenadores decidieron darme una oportunidad en la filial del Atlético Lobos Negros, uno de los equipos más grandes de mi ciudad, militante de la segunda división. Ahí me encontré con viejos ídolos del futbol El Matón Pérez, La Rata Castro, El Pelón García y hasta Germán Matusalén Aguirre. Yo, un escuincle de apenas catorce años codeándome con ellos, viéndolos llegar en carros último modelo, con cada forro de mujer que me hacía envidiarlos. Era la vida que yo quería, y que estaba dispuesto a tener.

-Llegamos justo a tiempo para cazar al bastardo, después de esto el jefe me va a creer que soy chingón – dice “El Mezcal”, nuestro copiloto, mientras abrimos las puertas del carro rojo, cinco hombres con ropas oscuras, zapatos cómodos para poder correr si era necesario y una fusca cada uno, nunca se sabe cuando se armarán los plomazos en estos barrios bajos.

Mezcal y yo nos conocimos en Atlético Lobos Negros, él es tres años mayor que yo y llevó ese apodo por su fascinación por la bebida. Lo conocí antes de que debutara en el primer equipo, era como yo, un chico de arrabal, que había tenido que trabajar desde pequeño, que no tenía muchos lujos, pero quería construirle a su mamá una casa nueva, tampoco había acabado la secundaria, pero no la necesitaba, era muy listo y muy capaz. Un defensa central efectivo, alto, con visión de campo, fuerte y un poco sanguinario, que siempre se entregaba en la cancha, aún cuando llegaba crudo a algunos partidos. Nos hicimos amigos por que éramos de por la misma colonia, y luego practicábamos juntos, yo lo trataba de driblar y él me tenía que quitar la bola, era un juego muy bonito y con muchas risas, se convirtió rápido en el hermano mayor que no tuve.
Cuando cumplí dieciséis, me mandaron a debutar en la cancha contra los Zopilotes, lo hice bien, hice una asistencia en mi primer partido y robé algunos balones, recibí faltas fuertes pero aguante. Mi entrenador me felicitó y todo el equipo estuvo feliz conmigo. Llegué a mi casa para presumirles a mis hermanos y padres la noticia, y cual fue mi sorpresa al encontrar sólo a mi madre llorando desconsolada, golpeando la mesa con furia. Esa tarde mi papá se largó de la casa y se llevó a mis tres hermanos, dejando sola a mi madre, ella me dijo cosas sobre odio y apatía que no pude comprender en ese momento, y que aún ahora me cuesta trabajo entender.
Seguí jugando, y me hice una de las estrellas del equipo, con eso pagaba las deudas y otras cosas para mi madre, ella y yo nos unimos más y desde entonces siempre fue a mis partidos, y todos los goles se los dedicaba a ella.
Un día el dueño del equipo Don Ángel me habló para decirme que me buscaban unos hombres de la primera división, me dijo que lo pensara bien y me consiguió un representante, me habló de las mafias y de siempre rechazar la primera propuesta, pues ellos podían ofrecer siempre más, me dijo que se ahogaban en dinero y decidí hacerle caso. Me entrevisté con un representante del Club Europa, me ofrecieron varios miles de pesos, cuando vi el cheque casi se me salen los ojos, nunca toda mi familia junta había ganado ese dinero, pero rechacé la oferta, ellos se vieron en la necesidad de hablar con mi nuevo representante, quien dijo que podían ofrecer más, el hombre del Club Europa puso mala cara y cambió un dos por un seis al inicio de la cifra, y creo que todos quedaron contentos.
Me hicieron una fiesta de despedida con Mezcal, mezcal, tequila y otras sustancias blancas que sólo recuerdo me hicieron perderme por mucho rato. Mis amigos me cuidaron esa noche y me recomendaron acostumbrarme pues el mundo de primera estaría lleno de todas esas blancas glorias.

-Con esto sí tengo para que todo el mes la Rosa viva bien – dice “Rafita” mientras El Capi patea la puerta de una casa azul, grita buscando a unos tales Pericos, pero no escucha respuesta, repite la pregunta y nada, aunque un ruido en la cocina lo hace voltear, todos nos dirigimos hacía allá y se nos recibe con balazos, no alcanzan a darme,  pero noto que alguien grita de dolor, no lo reconozco entre la oscuridad, escucho como atronadores balazos rugen de mi lado de la línea de fuego, prendo la luz de la cocina y por fin veo claro qué pasa.

En el Club Europa me volví a juntar con grandes figuras del futbol, yo un miserable niño de barrio jugando en uno de los estadios más emblemáticos del mundo, piso el césped que alguna vez D10S utilizó para escribir el poema futbolístico más bello jamás escrito. Tiro hacia la misma portería que Un Rey inmortalizó con un cabezazo. Mis pies recorren la cancha donde se jugó el mejor partido de todos los tiempos y los espíritus de aquella volea desde fuera del área que nos dio como país nuestro máximo avance en mundiales me recorren y susurran en mi oído.
Hubo fiestas, y muchos goles, nos metimos en la liguilla en cuatro de seis torneos, en ninguno campeonamos, pero sí perdimos una final dolorosísima contra el rival odiado, Las Vacas de Occidente. Yo siempre lo dí todo, pero algunas veces la frustración me ganaba, fui regañado y separado del club varias veces por no estar de acuerdo con el técnico, pero a veces sí se pasaba de pendejo con sus formaciones, con su obstinación en defender el golecito. ¡Carajo! Que es futbol y yo soy delantero, me gusta driblar, para patear están los defensas, yo quiero correr y anotar, quiero despedazarlos mientras aún tengamos el cuchillo por el mango.
Aún así, la afición siempre me quiso, me pedían autógrafos, me dejaban puras chuladas en mis redes sociales, coreaban mi apodo, yo sabía que me adoraban, y por eso me mantuve ahí a pesar de ofertas de otros clubes norteños, yo era fiel a Club Europa. Además, me dieron mucho, le construí su casa a mi mamá, le puse su negocio de quesadillas, y le compré su carro, yo también me conseguí uno, una novia muy hermosa, artista de la televisión, de cuerpo divino y cara aceptable, tirársela era tirarse a las diosas.
Un día invité a mi mamá a pasear por la capital, comimos en uno de esos restaurantes caros, de los que te cobran hasta los cubiertos, fuimos a un cine con asientos de piel y cenamos tacos de suadero, de trompa y al pastor, una recomendación de mi madre para nunca perder la humildad, recordar que lo más sabroso no es necesariamente lo más caro. Llegamos a la casa y ahí estaba mi padre, junto a uno de mis hermanos, me habían visto en la tele y querían disculparse por haber escapado así como así, dijo que no lo volvería a hacer y yo no pude creerle, el olor a alcohol que invadía su cuerpo me hacía dudar, no quería ni abrazarlo, le pedí que se fuera, y el me respondió que yo era un mal hijo y ojalá nunca se hubiera cogido a mi madre y nunca hubiera nacido, mi madre respondió, se quisieron pegar y mi hermano y yo los separamos, yo le dije que no era mi padre, pero que mis hermanos, cuando quisieran, fueran a verme. El mayor después de mí hizo caso y se fue a vivir conmigo a los pocos días, él y su novia, que estaba embarazada de seis meses. Yo tenía veintidós años y un futuro resuelto, era la promesa joven del futbol y algunos hombres en los clubes más grandes del mundo hablaban con el dueño del Club Europa para hacerse de mis servicios.
Todo el mundo me sonreía, la selección menor quería mis servicios, ganaba dinero por hacer lo mejor del mundo, tenía bien a mi madre, a mi novia y a mi hermano, era realidad el sueño de un niño que alguna vez agarró un balón.

-¡Le diste a mi hermano, hijo de la chingada, ahora sí ya te cargó la verga! – grita “El Pato” mientras dispara, Rafita está en el suelo, lleno de sangre, su posición es extraña, muy atípica, señal de que acaba de morir. El Capi se retuerce de dolor y se toma la pierna, yo corro detrás de Pato para que no le pase nada, veo un cuerpo desconocido tirado en el suelo, ensangrentado, corro y trato de eliminar todas las imágenes feas de mi cabeza, por fin encuentro a Pato, está en el cuarto de baño, apuntando con su pistola a la cabeza de algún pobre bastardo, el bastardo llora, su nariz hinchada me indica que es el Perico, sigue llorando, implora de rodillas, me voltea a ver y me pide que le ayude, que siempre fue mi fan, yo veo el dolor en sus ojos.
Dolor como el que yo sentí a mis veintitrés años, cuando con una barrida brava de Mezcal me rompió los meniscos de la rodilla izquierda, su expresión se parece a la que yo tuve ese día, el día en que lloré, y vi todo mi mundo irse al carajo. Lloré, me tiré al suelo, y el árbitro sólo marcó falta. Mi rodilla se dobló completamente para atrás y no hubo amarilla para mi agresor. Mi carrera como futbolista se había truncado de repente, y nadie bajó a ayudarme, ni mi padre, ni el técnico, ni los visores de otro continente ni el dueño del Club Europa, ni Mezcal. Él sólo me dijo que había sido legal, que había llegado primero al balón y luego me chocó por accidente, yo traté de creerle, pero algo dentro de mí, sobre todo dentro de él me hizo creer lo contrario.
¿Por qué debería ayudarle yo al Perico? ¿Por qué yo sí debía ser diferente cuando el mundo del futbol al que le dí tanto no me dio nada? A mí, me mandaron con un doctor inepto que me lesionó más en vez de curarme, me dejaron de pagar, me despidieron del club pasándose por los huevos los acuerdos que firmamos antes, me dejaron a mi suerte, se deslindaron, buscaron otra estrella, otro gran extremo, contrataron a Mezcal, hasta que este se retiró por problemas de alcoholismo.
¿Por qué yo sí debo aceptar su llanto y darle una segunda oportunidad a alguien, si yo mismo no la tuve? ¿Por qué él merecía una oportunidad más que yo? Yo tuve que renunciar a mi novia hermosa que me dejó por otra estrellita de televisión, a mi carro, a mi casa, al cariño de mi hermano. Regresé a la vida normal, trabajando en el puesto de quesadillas de mi madre, viendo en la tele partidos del Club Europa y dando unos cuantos autógrafos. Yo vi a mi madre enfermar de cáncer en los riñones, yo la vi caer y yo fui quien le prometió que le pagaría las radioterapias y las quimios, no él.
-¿Por qué yo tendría piedad de ti? ¿Por qué tus lágrimas valen más que las mías que lo tuve todo y se me fue al carajo? Yo no responderé a tus lágrimas, como nadie respondió a las mías – entra Mezcal en la habitación, nos dice que el Capi estaba malherido y que había escuchado sirenas cerca de ahí –. Estás solo como yo lo estuve, tú no me apoyaste, ni tú – ahora dirijo mi pistola a la cabeza de Mezcal, el hijo de puta que se llevó mi vida cuando éramos amigos. Pato trata de calmarme, mientras el Perico sigue llorando.

Yo conocí a Pato un día en el puesto de quesadillas de mi madre, era amigo de mi hermano, un licenciado en Letras por la Universidad Nacional, no había encontrado de qué trabajar, a pesar de ser más listo que cualquier ser humano que yo conociera, me ofreció unos cuantos trabajos, todos eran de entregar y recoger dinero y mercancía en barrios bajos, él y su hermano Rafita siempre fueron los líderes de nuestro grupo. Era tan listo que decía que un hombre no necesita conocer el hambre para saber que duele, pero que conocer ese dolor te hacía nunca querer volver a sentirlo, y hacer cualquier cosa para alejarlo. Por eso trabajábamos todos, no por que nos faltara alimento, gracias a Dios siempre lo tuvimos, era el miedo a sentirse sin nada, a sentirse mediocre y falto de lujos, de reconocimiento, de recursos, sentirse hambriento.
Un día nos ofreció un trabajo más extremo: llevarle al jefe al mismísimo Perico. Yo jalé a Mezcal y fuimos, yo no sabía que se pondría tan violento el asunto, yo no esperaba que nos emboscaran, o que la policía llegaría, yo no esperaba que mis recuerdos me traicionaran y me hicieran odiar a Mezcal, yo no esperaba disparar en su cabeza, ni esperaba que Rafita muriera, yo no esperaba la reacción de Pato, quien se echó a correr, dejándome a mí con un Perico lloroso, un Capi herido y un arma homicida en la mano, apuntando al infinito, igual que mi mirada. Yo no esperaba que el futbol me diera tanto, y que me quitara aún más, yo no esperaba que mi madre enfermara gravemente, yo no esperaba estar ahí.

-¿Es usted Adrián “La Maravilla” Parra que jugó en el Club Europa? – me pregunta un policía mientras entro a su patrulla. El operativo fue un éxito, lograron detener aún con vida a tres peligrosos narcotraficantes, además de matar a otros cinco, sin daños a las fuerzas policiales, diría al día siguiente el diario, seguramente.
-Sí.
-¿Me da su autógrafo? – accedo, le autografío la playera a un policía, sonrío, pensando que arriba, alguien se burla demasiado de mí y de mi hambre de éxito y que futbol dejaba algo bueno al final.
Pienso en mi madre y donde quiera que esté, espero que me perdone, tuve hambre, varias hambres, hambres que el juego me causó y no llenó.

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