-Preparados, cabrones, el jefe nos va a dar
todo lo que queramos si sale bien – dice “El Capi” mientras yo veo hacia afuera
por la ventana del auto rojo de mi camarada, la ciudad de los palacios se alza
ante mí como una metrópoli inmensa en la que todas las personas viven en un
mundo paralelo, caminan sin ver a nadie, apurados, ensimismados en sus propias
ideas y lo que ellos consideran el conocimiento, deleznable. Nadie sospecha de
un inocente automóvil de cuatro puertas, atorado en el tráfico a veces,
corriendo a más de ochenta cuando da la avenida, sólo somos un punto rojo
moviéndose en un mapa lleno de colores, somos una hormiga pequeña en un jardín.
Pasamos frente a la cancha de futbol Valentín
Gómez Farías, un llano lleno de polvo, con gradas con capacidad para doscientos
espectadores, pedazos de pasto incrustados más por la fuerza que por que ahí
quisiera algo verde existir, dos porterías sin red, y un par de balones
ponchados, para recordar que las ilusiones se ponchan, y se ponchan muy fácil. Yo
así comencé mi historia, la serie de circunstancias que me pusieron este día,
en este carro, con estas cuatro personas.
En mi casa éramos tan pobres que no podíamos ni
dar las gracias, yo y mis tres hermanos tuvimos que trabajar desde los diez
años para solventar los gastos que le causábamos a nuestros padres. Yo vendí
chicles en un crucero transitado, también limpié vidrios y hasta la hice de
payaso, con todo y mis nalgotas. Acabé la primaria y me metí a la fábrica de
loza de mi madre, ahí cargaba cosas, llevaba mensajes y conocí a mi amigo el
balón, un regalo del tío Lalo que no pude usar por que no había con quien, las
calles eran muy inseguras y corría la leyenda de un hombre con costal que se
llevaba a los niños malos en bolsas para nunca regresarlos. Pero en la fábrica
me permitieron jugar, jugaba con niños y adultos más grandes que yo, pero yo
aguantaba los madrazos como todo un hombrecito. Cada vez que alguien me
pateaba, yo me levantaba de inmediato y seguía corriendo, aprendieron que
patearme no servía de nada, por que nunca mostraba dolor, sólo un dejo de
rencor que me obligaba a humillar a mi agresor. Me gané su respeto y
admiración, tanto así que, al cabo de dos años, el jefe de la fábrica, El Señor
Villalpando, me recomendó con sus amigos para que hiciera pruebas en un equipo
profesional.
La cancha en la que me probé con otros tantos
muchachos era igual a la Valentín Gómez
Farías, ahí corrí, volé, finté y disparé como pocos, siempre recargado de lado
derecho para hacer diagonales y meter asistencias, o disparar a puerta con un
zurdazo tremendo, un extremo hecho y derecho. Los entrenadores decidieron darme
una oportunidad en la filial del Atlético Lobos Negros, uno de los equipos más
grandes de mi ciudad, militante de la segunda división. Ahí me encontré con
viejos ídolos del futbol El Matón
Pérez, La Rata Castro, El Pelón García y hasta Germán Matusalén Aguirre. Yo, un escuincle de
apenas catorce años codeándome con ellos, viéndolos llegar en carros último
modelo, con cada forro de mujer que me hacía envidiarlos. Era la vida que yo
quería, y que estaba dispuesto a tener.
-Llegamos justo a tiempo para cazar al
bastardo, después de esto el jefe me va a creer que soy chingón – dice “El
Mezcal”, nuestro copiloto, mientras abrimos las puertas del carro rojo, cinco
hombres con ropas oscuras, zapatos cómodos para poder correr si era necesario y
una fusca cada uno, nunca se sabe cuando se armarán los plomazos en estos
barrios bajos.
Mezcal y yo nos conocimos en Atlético Lobos
Negros, él es tres años mayor que yo y llevó ese apodo por su fascinación por
la bebida. Lo conocí antes de que debutara en el primer equipo, era como yo, un
chico de arrabal, que había tenido que trabajar desde pequeño, que no tenía
muchos lujos, pero quería construirle a su mamá una casa nueva, tampoco había
acabado la secundaria, pero no la necesitaba, era muy listo y muy capaz. Un
defensa central efectivo, alto, con visión de campo, fuerte y un poco
sanguinario, que siempre se entregaba en la cancha, aún cuando llegaba crudo a
algunos partidos. Nos hicimos amigos por que éramos de por la misma colonia, y
luego practicábamos juntos, yo lo trataba de driblar y él me tenía que quitar
la bola, era un juego muy bonito y con muchas risas, se convirtió rápido en el
hermano mayor que no tuve.
Cuando cumplí dieciséis, me mandaron a debutar
en la cancha contra los Zopilotes, lo hice bien, hice una asistencia en mi
primer partido y robé algunos balones, recibí faltas fuertes pero aguante. Mi
entrenador me felicitó y todo el equipo estuvo feliz conmigo. Llegué a mi casa
para presumirles a mis hermanos y padres la noticia, y cual fue mi sorpresa al
encontrar sólo a mi madre llorando desconsolada, golpeando la mesa con furia.
Esa tarde mi papá se largó de la casa y se llevó a mis tres hermanos, dejando
sola a mi madre, ella me dijo cosas sobre odio y apatía que no pude comprender
en ese momento, y que aún ahora me cuesta trabajo entender.
Seguí jugando, y me hice una de las estrellas
del equipo, con eso pagaba las deudas y otras cosas para mi madre, ella y yo
nos unimos más y desde entonces siempre fue a mis partidos, y todos los goles
se los dedicaba a ella.
Un día el dueño del equipo Don Ángel me habló
para decirme que me buscaban unos hombres de la primera división, me dijo que lo
pensara bien y me consiguió un representante, me habló de las mafias y de
siempre rechazar la primera propuesta, pues ellos podían ofrecer siempre más, me
dijo que se ahogaban en dinero y decidí hacerle caso. Me entrevisté con un
representante del Club Europa, me ofrecieron varios miles de pesos, cuando vi
el cheque casi se me salen los ojos, nunca toda mi familia junta había ganado
ese dinero, pero rechacé la oferta, ellos se vieron en la necesidad de hablar
con mi nuevo representante, quien dijo que podían ofrecer más, el hombre del
Club Europa puso mala cara y cambió un dos por un seis al inicio de la cifra, y
creo que todos quedaron contentos.
Me hicieron una fiesta de despedida con Mezcal,
mezcal, tequila y otras sustancias blancas que sólo recuerdo me hicieron
perderme por mucho rato. Mis amigos me cuidaron esa noche y me recomendaron
acostumbrarme pues el mundo de primera estaría lleno de todas esas blancas
glorias.
-Con esto sí tengo para que todo el mes la Rosa viva bien – dice
“Rafita” mientras El Capi patea la puerta de una casa azul, grita buscando a unos
tales Pericos, pero no escucha respuesta, repite la pregunta y nada, aunque un
ruido en la cocina lo hace voltear, todos nos dirigimos hacía allá y se nos
recibe con balazos, no alcanzan a darme,
pero noto que alguien grita de dolor, no lo reconozco entre la
oscuridad, escucho como atronadores balazos rugen de mi lado de la línea de
fuego, prendo la luz de la cocina y por fin veo claro qué pasa.
En el Club Europa me volví a juntar con grandes
figuras del futbol, yo un miserable niño de barrio jugando en uno de los
estadios más emblemáticos del mundo, piso el césped que alguna vez D10S utilizó
para escribir el poema futbolístico más bello jamás escrito. Tiro hacia la
misma portería que Un Rey inmortalizó con un cabezazo. Mis pies recorren la
cancha donde se jugó el mejor partido de todos los tiempos y los espíritus de
aquella volea desde fuera del área que nos dio como país nuestro máximo avance
en mundiales me recorren y susurran en mi oído.
Hubo fiestas, y muchos goles, nos metimos en la
liguilla en cuatro de seis torneos, en ninguno campeonamos, pero sí perdimos
una final dolorosísima contra el rival odiado, Las Vacas de Occidente. Yo
siempre lo dí todo, pero algunas veces la frustración me ganaba, fui regañado y
separado del club varias veces por no estar de acuerdo con el técnico, pero a
veces sí se pasaba de pendejo con sus formaciones, con su obstinación en
defender el golecito. ¡Carajo! Que es futbol y yo soy delantero, me gusta
driblar, para patear están los defensas, yo quiero correr y anotar, quiero
despedazarlos mientras aún tengamos el cuchillo por el mango.
Aún así, la afición siempre me quiso, me pedían
autógrafos, me dejaban puras chuladas en mis redes sociales, coreaban mi apodo,
yo sabía que me adoraban, y por eso me mantuve ahí a pesar de ofertas de otros
clubes norteños, yo era fiel a Club Europa. Además, me dieron mucho, le
construí su casa a mi mamá, le puse su negocio de quesadillas, y le compré su
carro, yo también me conseguí uno, una novia muy hermosa, artista de la
televisión, de cuerpo divino y cara aceptable, tirársela era tirarse a las
diosas.
Un día invité a mi mamá a pasear por la
capital, comimos en uno de esos restaurantes caros, de los que te cobran hasta
los cubiertos, fuimos a un cine con asientos de piel y cenamos tacos de
suadero, de trompa y al pastor, una recomendación de mi madre para nunca perder
la humildad, recordar que lo más sabroso no es necesariamente lo más caro.
Llegamos a la casa y ahí estaba mi padre, junto a uno de mis hermanos, me
habían visto en la tele y querían disculparse por haber escapado así como así,
dijo que no lo volvería a hacer y yo no pude creerle, el olor a alcohol que
invadía su cuerpo me hacía dudar, no quería ni abrazarlo, le pedí que se fuera,
y el me respondió que yo era un mal hijo y ojalá nunca se hubiera cogido a mi
madre y nunca hubiera nacido, mi madre respondió, se quisieron pegar y mi
hermano y yo los separamos, yo le dije que no era mi padre, pero que mis
hermanos, cuando quisieran, fueran a verme. El mayor después de mí hizo caso y
se fue a vivir conmigo a los pocos días, él y su novia, que estaba embarazada
de seis meses. Yo tenía veintidós años y un futuro resuelto, era la promesa
joven del futbol y algunos hombres en los clubes más grandes del mundo hablaban
con el dueño del Club Europa para hacerse de mis servicios.
Todo el mundo me sonreía, la selección menor
quería mis servicios, ganaba dinero por hacer lo mejor del mundo, tenía bien a
mi madre, a mi novia y a mi hermano, era realidad el sueño de un niño que
alguna vez agarró un balón.
-¡Le diste a mi hermano, hijo de la chingada,
ahora sí ya te cargó la verga! – grita “El Pato” mientras dispara, Rafita está
en el suelo, lleno de sangre, su posición es extraña, muy atípica, señal de que
acaba de morir. El Capi se retuerce de dolor y se toma la pierna, yo corro
detrás de Pato para que no le pase nada, veo un cuerpo desconocido tirado en el
suelo, ensangrentado, corro y trato de eliminar todas las imágenes feas de mi
cabeza, por fin encuentro a Pato, está en el cuarto de baño, apuntando con su
pistola a la cabeza de algún pobre bastardo, el bastardo llora, su nariz
hinchada me indica que es el Perico, sigue llorando, implora de rodillas, me
voltea a ver y me pide que le ayude, que siempre fue mi fan, yo veo el dolor en
sus ojos.
Dolor como el que yo sentí a mis veintitrés
años, cuando con una barrida brava de Mezcal me rompió los meniscos de la
rodilla izquierda, su expresión se parece a la que yo tuve ese día, el día en
que lloré, y vi todo mi mundo irse al carajo. Lloré, me tiré al suelo, y el
árbitro sólo marcó falta. Mi rodilla se dobló completamente para atrás y no
hubo amarilla para mi agresor. Mi carrera como futbolista se había truncado de
repente, y nadie bajó a ayudarme, ni mi padre, ni el técnico, ni los visores de
otro continente ni el dueño del Club Europa, ni Mezcal. Él sólo me dijo que
había sido legal, que había llegado primero al balón y luego me chocó por
accidente, yo traté de creerle, pero algo dentro de mí, sobre todo dentro de él
me hizo creer lo contrario.
¿Por qué debería ayudarle yo al Perico? ¿Por
qué yo sí debía ser diferente cuando el mundo del futbol al que le dí tanto no
me dio nada? A mí, me mandaron con un doctor inepto que me lesionó más en vez
de curarme, me dejaron de pagar, me despidieron del club pasándose por los
huevos los acuerdos que firmamos antes, me dejaron a mi suerte, se deslindaron,
buscaron otra estrella, otro gran extremo, contrataron a Mezcal, hasta que este
se retiró por problemas de alcoholismo.
¿Por qué yo sí debo aceptar su llanto y darle
una segunda oportunidad a alguien, si yo mismo no la tuve? ¿Por qué él merecía
una oportunidad más que yo? Yo tuve que renunciar a mi novia hermosa que me
dejó por otra estrellita de televisión, a mi carro, a mi casa, al cariño de mi
hermano. Regresé a la vida normal, trabajando en el puesto de quesadillas de mi
madre, viendo en la tele partidos del Club Europa y dando unos cuantos autógrafos.
Yo vi a mi madre enfermar de cáncer en los riñones, yo la vi caer y yo fui
quien le prometió que le pagaría las radioterapias y las quimios, no él.
-¿Por qué yo tendría piedad de ti? ¿Por qué tus
lágrimas valen más que las mías que lo tuve todo y se me fue al carajo? Yo no
responderé a tus lágrimas, como nadie respondió a las mías – entra Mezcal en la
habitación, nos dice que el Capi estaba malherido y que había escuchado sirenas
cerca de ahí –. Estás solo como yo lo estuve, tú no me apoyaste, ni tú – ahora
dirijo mi pistola a la cabeza de Mezcal, el hijo de puta que se llevó mi vida
cuando éramos amigos. Pato trata de calmarme, mientras el Perico sigue
llorando.
Yo conocí a Pato un día en el puesto de
quesadillas de mi madre, era amigo de mi hermano, un licenciado en Letras por la Universidad Nacional,
no había encontrado de qué trabajar, a pesar de ser más listo que cualquier ser
humano que yo conociera, me ofreció unos cuantos trabajos, todos eran de
entregar y recoger dinero y mercancía en barrios bajos, él y su hermano Rafita
siempre fueron los líderes de nuestro grupo. Era tan listo que decía que un
hombre no necesita conocer el hambre para saber que duele, pero que conocer ese
dolor te hacía nunca querer volver a sentirlo, y hacer cualquier cosa para
alejarlo. Por eso trabajábamos todos, no por que nos faltara alimento, gracias
a Dios siempre lo tuvimos, era el miedo a sentirse sin nada, a sentirse
mediocre y falto de lujos, de reconocimiento, de recursos, sentirse hambriento.
Un día nos ofreció un trabajo más extremo:
llevarle al jefe al mismísimo Perico. Yo jalé a Mezcal y fuimos, yo no sabía
que se pondría tan violento el asunto, yo no esperaba que nos emboscaran, o que
la policía llegaría, yo no esperaba que mis recuerdos me traicionaran y me
hicieran odiar a Mezcal, yo no esperaba disparar en su cabeza, ni esperaba que
Rafita muriera, yo no esperaba la reacción de Pato, quien se echó a correr,
dejándome a mí con un Perico lloroso, un Capi herido y un arma homicida en la
mano, apuntando al infinito, igual que mi mirada. Yo no esperaba que el futbol me
diera tanto, y que me quitara aún más, yo no esperaba que mi madre enfermara
gravemente, yo no esperaba estar ahí.
-¿Es usted Adrián “La Maravilla” Parra que
jugó en el Club Europa? – me pregunta un policía mientras entro a su patrulla.
El operativo fue un éxito, lograron detener aún con vida a tres peligrosos
narcotraficantes, además de matar a otros cinco, sin daños a las fuerzas
policiales, diría al día siguiente el diario, seguramente.
-Sí.
-¿Me da su autógrafo? – accedo, le autografío
la playera a un policía, sonrío, pensando que arriba, alguien se burla demasiado
de mí y de mi hambre de éxito y que futbol dejaba algo bueno al final.
Pienso en mi madre y donde quiera que esté, espero
que me perdone, tuve hambre, varias hambres, hambres que el juego me causó y no
llenó.
¿Y las nuevas entradas?
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